el puente

Poco a poco, el puente “Simón Bolívar” que une a San Antonio del Táchira con el corregimiento de La Parada en Cúcuta, se transforma en el último pedazo de Venezuela que ve el que emigra.

Tal y como la obra del maestro Cruz-Diez en el piso del aeropuerto Internacional de Maiquetía es la última imagen que tienen los venezolanos al migrar de su país, el puente internacional “Simón Bolívar” de San Antonio del Táchira, se está transformando también en el “último pedacito del país” que ven cientos que salen por allí a diario con destino a Ecuador, Perú, Chile e incluso Argentina.

La vía terrestre se ha transformado en la única opción relativamente económica que tienen muchos venezolanos para emigrar y la vía a San Cristóbal para luego recalar en San Antonio del Táchira como paso previo para ingresar a Colombia, es la ruta escogida.

Así, desde cualquier punto de Venezuela, cientos de personas, familias completas, grupos de amigos e incluso de desconocidos pero que se agrupan en la necesidad y la meta común, se concentran en el puente que une a San Antonio del Táchira con el corregimiento de La Parada, primer núcleo urbano en territorio colombiano.

Rosimer Torres escogió esta ruta para llegar a Perú. Ella viene de Barquisimeto y afirma, como muchos, que emigra por las condiciones económicas que ponen en crisis a Venezuela.

“Ya no se puede. El único camino que nos queda a muchos es salir antes de que las cosas se pongan peor”.

Viajar por tierra

En lo que muchos coinciden es que viajar por tierra hasta su destino no es cómodo. Hay travesías que duran tres o cuatro días. Hay historias de viajes de más de una semana. Ir a Ecuador o Perú puede consumir tres días si el viaje es continuo.

Otra situación ocurre si el destino es Chile o Argentina.

Martha Pacheco, escogió como muchos, hacer su ruta por tierra.

“Hoy es muy difícil y caro conseguir un pasaje directo por avión. Tuve que prepararme y salir por tierra. Al final te sale menos de la mitad de lo que te pudiera costar por vía aérea”.

Pacheco tardó 3 días en llegar desde Cúcuta a Perú. “Fue agotador el viaje en bus desde Cúcuta hasta Bogotá. Gasté en ése trayecto 65 mil pesos”.

Rosmaira Guerrero es otra migrante. Llegó a San Antonio del Táchira con la mira puesta en Perú. Muchos venezolanos se pusieron como destino a este país debido al Permiso Temporal de Residencia que otorgó el gobierno y que permite vivir y trabajar sin problemas mientras se regulariza la situación migratoria en dicho país.

Al llegar a San Antonio ella y su grupo decidieron quedarse un día para reponer energías y hacer los trámites migratorios ante el SAIME. Compró las estampillas, selló su pasaporte y se llenó de valor para pasar el puente.

“Estaba nerviosa. Quise ir rápidamente para pasar el último puesto de militares venezolanos antes de cruzar el puente. Me habían contado muchas historias y sinceramente no vi que pararan a nadie. Yo estaba super asustada por comentarios anteriores pero sin embargo ni pendiente”.

Cuenta como varias personas se ofrecieron en el puente para llevarle sus maletas hasta el puesto migratorio colombiano. Pero ella no aceptó: en esas maletas llevaba todo lo necesario para hacer una nueva vida y no quería arriesgar nada.

El puente de la tristeza

El migrante por tierra sabe que su ruta es larga y que debe aligerar lo que lleva. Es un buen trecho el que debe recorrer a pie con sus maletas antes de ingresar a territorio colombiano por San Antonio.

En el puente “Simón Bolívar” se forma un corredor de maletas. Un ruido característico al rodar que se vive prácticamente durante todo el día y solo disminuye al acercarse la noche, cada día.

Los rostros son distintos: aquellos que se ven felices y nerviosos. Aquellos que ruedan su carga con tristeza. Aquellos que traen tantas cosas que parecen sellar un nunca volver a Venezuela. Otros que cargan sus perros en los brazos.

Estéticamente el puente es feo. Tiene el peso de más de 60 años de construcción. Incluso en las noches, del lado venezolano, se encuentra totalmente a oscuras, como el país.

Pero feo, sucio y abandonado, este puente es el último recuerdo vivencial que tendrán de Venezuela en mucho tiempo. Por eso es significativo y lo quieren mantener vivo. Algunos se toman fotos al pasarlo, al acercarse a las casetas de las autoridades migratorias colombianas.

El venezolano busca viajar en grupo, ya sea de familiares, amigos e incluso desconocidos. Las redes sociales han servido de plataforma para planificar el viaje con desconocidos. Luis Pérez lo publica en facebook  “salgo a mediados de febrero para Perú. Quien viaja?” y señala que su intención es armar un grupo de venezolanos que viajen en la misma fecha. “Me da temor viajar solo”.

Viene de San Fernando de Apure. Dos de Maracay le contestan: “Nosotros también. Manda el número por el privado para ponernos de acuerdo”. Es la solidaridad ante la necesidad común.

Chocolate, cocossetes y ron

Genésis López además de sus dos maletas con sus cosas, cargaba otra pequeña muy importante: es la alcancía. Una maleta llena de chocolate, cocossetes y ron. Le dijeron sus amigos que esto se vendía bien en Ecuador.

“Llevo esto para venderlo. Se de gente que cuadran y llevan encomienda. A un amigo le pidieron que llevara casabe y llenó una maleta de eso”.

Y así se redondean para “no llegar tan pelaos a Ecuador”. Se ha impuesto así otro tipo de corredor migratorio humanitario. Por el puente pasan cientos de cajas de chocolate, de ron, de galletas venezolanas, de encargos diversos negociados por las redes sociales.

En un corredor de sabores y recuerdos del país que dejaron los que se fueron antes. Ivanna Molina no pudo estar más feliz y emocionada cuando un viajero reciente le llevó hasta Santiago de Chile, dos cajas de torontos. “Es lo mejor que me han dado en los últimos meses”.

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Pero, aunque lo trate de olvidar, cada Toronto, cada trago de ron, el casabe mojado trae a sus destinatarios la memoria del país que dejaron atrás. Muchos recuerdan el día que atravesaron el puente, con la melancolía y tristeza del desapego.