España ha sido el segundo país europeo que regresó a las urnas para elegir a los miembros de su parlamento, a fin de dotarse de un gobierno. Grecia lo hizo en el 2012.

A raíz de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, los distintos partidos políticos fueron incapaces de lograr acuerdos que permitieran investir un nuevo gobierno. Consecuentemente, el Rey Felipe VI tuvo que disolver el Congreso de los Diputados y el Senado y convocar a nuevas elecciones generales el 26 de junio de este año. Esta decisión la tomó de conformidad con el inciso 5 del articulo 99 de la Constitución: «Si transcurrido un plazo de dos meses, a partir de la primera votación de investidura, ningún candidato obtuviere la confianza del Congreso, el Rey disolverá ambas Cámaras y convocará nuevas elecciones con el refrendo del presidente del Congreso»

Las razones para el fracaso, después de las elecciones de diciembre de 2015, son muchas. Ellas van desde la decisión de Mariano Rajoy de no aceptar el ofrecimiento del Rey para formar gobierno, hasta el rechazo de Podemos a un acuerdo con el PSOE y Ciudadanos, encabezado por Pedro Sánchez. No obstante, detrás de ciertas posturas se escondían estrategias que en unos casos rindieron frutos y en otros no.

El Partido Popular consideró que lo más pertinente era dejar que el PSOE, en cabeza de Pedro Sánchez, no lograra su objetivo de presidir el gobierno, particularmente por las líneas rojas que su propio partido le había puesto a un posible entendimiento con Podemos. El PP apostó a unas nuevas elecciones, a una polarización izquierda/derecha con Podemos, y a la fidelidad del voto moderado. Todo eso lo logró el 26-J, al obtener un triunfo incontestable cuya responsabilidad recae solamente en la persona de Mariano Rajoy. El PP aumentó en votos y obtuvo 14 diputados más para un total de 137.

El PSOE, partiendo de la tesis que la gran mayoría de españoles querían un cambio que pasaba por la salida de Rajoy y el PP del gobierno, buscó mantenerse como la primera fuerza política de izquierda. Negoció un amplio acuerdo con Ciudadanos, y buscó el apoyo de Podemos. Al fracasar en su empeño Pedro Sánchez, el PSOE perdió votos y cinco diputados el 26-J, obteniendo así el peor resultado electoral de su historia al tener una bancada de tan sólo 85 diputados.

Para Ciudadanos el acuerdo con el PSOE era una demostración de su capacidad de entendimiento, incluso con una fuerza política opuesta a sus ideales, a favor del cambio y de los intereses generales que habían defendido, en particular la regeneración democrática y la lucha contra la corrupción. Esta estrategia fue errada. El 26-J los votantes de derecha y centro prefirieron al original y votaron PP. Consecuentemente, Ciudadanos cayó en votos y perdió 8 diputados quedándose tan solo con 32. Disminuyó sensiblemente su fuerza política.

Podemos quiso subsumir al PSOE como parte de sus tesis y llevarlo al gobierno con una paridad de cargos y responsabilidades que no se justificaba. La idea era desplazar al PSOE como primera fuerza de izquierda. Consecuentemente, para las elecciones del 26-J, fue en asociación con Izquierda Unida (IU), y llegó a pensar que no sólo pasaría al PSOE sino que incluso le ganaría al PP. Pablo Iglesias se vio presidente del gobierno español. Este pacto con IU fue un verdadero descalabro electoral, del cual parecen no reponerse todavía. Perdieron 1,2 millones de votos aunque mantuvieron el mismo número de diputados que tenían anteriormente, 71, al sumarse a sus 69 los 2 de IU.

Mariano Rajoy está decidido, esta vez, a formar gobierno. El puede lograrlo con el apoyo de Coalición Canaria, Partido Nacionalista Vasco y Ciudadanos. Esto le daría un total de 175 diputados, tan sólo a uno de la mayoría absoluta necesaria de 176. La decisión final recaería en el PSOE, que a pesar de las declaraciones de importantes líderes regionales contrarios a apoyar al PP, pudiera abstenerse en una segunda vuelta de investidura, o decidir que uno o varios de sus diputados se ausentarán de la sala para facilitar la investidura de un nuevo gobierno presidido por Rajoy.

Ciertamente la política es volátil e impredecible pero lo que si parece indiscutible es que ningún partido quiere ir a unas terceras elecciones. Eso sería una bofetada a los electores españoles, y daría una pésima imagen de inestabilidad política de España, afectaría la senda del crecimiento que el país, mal que bien, ha tomado durante los dos últimos años, así como su capacidad de influir en las decisiones de la Unión Europea, que serán de la mayor importancia a raíz del Brexit.

Todo indica que de verse obligados a ir a unas terceras elecciones, los partidos PSOE, Podemos y Ciudadanos sufrirían una fuerte derrota, perdiendo votos y escaños en el Congreso de los Diputados. Por su parte, el Partido Popular tendría todas las de ganar e incluso de volver a alcanzar la mayoría absoluta, al igual que durante la pasada legislatura.

Con toda seguridad habrá gobierno en España pero no será en las próximas semanas o meses. Quizás más hacia septiembre u octubre.

5 de julio de 2016.

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