Recientemente se presentó, en Casa América Madrid, un estudio sobre el liderazgo Latinoamericano. Uno de los invitados interpeló al panel con varias preguntas, una de las cuales, confieso, removió las heridas que el régimen venezolano ha ocasionado a la democracia y las libertades y que han devastado a Venezuela. Resulta inexplicable e incomprensible lo que ha acaecido en el país, que por otra parte no se diferencia de lo que ha ocurrido siempre en todas las latitudes y que es imputable al error de diseño del sistema político: el socialismo de inspiración marxista.

Las interrogantes, plenamente justificadas, están enraizadas en los propios hallazgos del estudio y en las categorías que utilizaron para clasificar los resultados de las 285 entrevistas, realizadas a líderes de varios países latinoamericanos. Las respuestas obtenidas se clasifican y ordenan en cuatro categorías de liderazgo, a saber: a) El liderazgo demócrata, b) El liderazgo ambivalente, c) El liderazgo usurpador débil y d) El liderazgo usurpador nato. En esta última categoría se emplaza el liderazgo del régimen venezolano y contiene a aquellos líderes prestos a irrespetar normas y leyes a las que obvian y omiten y de las que se burlan en su diario accionar.

Desde el mismo instante en el que asumieron el gobierno irrespetaron la Constitución que hizo posible que arribaran al poder. No tuvo escrúpulos ni empacho alguno en calificarla de moribunda. Un hecho más reciente, que corresponde a la etapa final del régimen, confirma su carácter usurpador y su pretensión hegemónica. De manera apresurada y violentando todos los criterios, fases del proceso de escogencia y cuanta norma existiere, impusieron a los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia de entre los militantes de su partido para enfrentar al nuevo parlamento escogido el 6 de diciembre del año 2015. Dos claras evidencias del desprecio por las normas que constituyen el núcleo de la interacción humana.

Añadimos nosotros que no se trata de un rasgo particular del gobierno venezolano, se trata de un rasgo que comparten los sistemas socialistas de inspiración marxista y que conducen inexorablemente a la privatización y centralización extremas, en una sola persona o en un muy reducido número. El croquis del sistema político contiene la sumisión de todos los poderes, siempre de un modo abyecto y servil, a esa persona que ejerce el poder ejecutivo. En todo caso, el singular aporte que hace la experiencia venezolana a ese modelo hay que rastrearla en sus orígenes militaristas (el gobierno se define como Militar-cívico) que se fraguó a lo largo de varias décadas y que culminó en dos golpes fallidos en el año 1992.

Ha sido, como se puede ver, un proceso de violación sistemática desde sus orígenes y que hoy corroboran muchas evidencias: ha sido burlado el derecho a la privacidad, han utilizado la justicia para encarcelar a líderes políticos y para torturar a jóvenes estudiantes, se ha desconocido el derecho a la propiedad privada con expropiaciones y confiscaciones avaladas por un sistema judicial al servicio del régimen. Las denuncias han sido formuladas por ex-magistrados, jueces y fiscales que han denunciado las inmundicias, atrocidades y aberraciones del sistema judicial. Solo nos conformamos con mencionar a connotados representantes, como el juez del tribunal militar y luego del Tribunal Supremo, Aponte Aponte, o las más dramáticas y amargas revelaciones del fiscal, que revelan el uso de la justicia para fines privados de los representantes del partido de gobierno.

Esa degradante imagen ha sido reforzada por aquellas en las que se muestran las interminables colas frente a los supermercados, los anaqueles vacíos o los informes relativos a la escasez de medicinas que ha obligado al nuevo parlamento a decretar la crisis del sector salud. Por la vía en la que vamos, pronto será necesario declarar la crisis humanitaria por falta de alimentos. Todo esto ocurre en el momento de mayores ingresos de la historia republicana del país que quintuplican, en solo tres lustros, los obtenidos en cuarenta años de democracia. Un absoluto despilfarro social acompañado de un súbito enriquecimiento de unos pocos y el aprovechamiento de gobiernos de algunos países que han vendido a Venezuela espejitos a precios de oro.

La magnitud del desastre ha sido tal que quienes hasta ayer adulaban de un modo acaramelado al régimen hoy se desmarcan y guardan una distancia táctica, aunque en los parlamentos favorecen al gobierno venezolano con su voto o sus abstenciones. No quieren aparecer como lo que son, franquicia del régimen venezolano, pero tampoco aceptan reconocer el desastre que el sistema del socialismo del siglo XXI ha provocado en el país. Los que así actúan se autodefinen como “progres”, nadie sabe a cuenta de qué, aunque si se analizan con cuidado sus planteamientos son “retros” o más bien “antidemócratas”. Como sus antecesores de ayer defendieron el socialismo soviético, estos defienden el socialismo venezolano. Recurren a aquella famosa frase que se atribuye a Sartre, “todo enemigo del comunismo es un perro” , y se la han aplicado a los emigrantes cubanos (a quienes llaman gusanos) o denominan oligarcas o apátridas a la emigración venezolana.

Ese liderazgo, responsable de tan monumental desastre que destruyó un país e instaló un régimen autoritario, ha hecho válida la interrogante con la que se interpeló al panel: ¿Hay cultura democrática en Venezuela? La pregunta contenía la respuesta: no es posible que se haya podido llegar a los extremos citados y que al mismo tiempo el país posea una cultura democrática. Afortunadamente, uno de los panelistas, Manuel Alcántara, realzó la importancia y longevidad de la democracia venezolana y su ascendencia en Latinoamérica e Iberoamérica y mencionó a dos líderes fundamentales de la democracia regional: Rómulo Betancourt y Rafael Caldera.

Este reconocimiento de la democracia venezolana, de su larga tradición que se inició a finales de la década de los 50, da cuenta de la existencia de una extensa cultura democrática en el país. No es casual que los enemigos de las libertades y la democracia a ambos lados del Atlántico se empeñen en cuestionar a los partidos políticos, los pactos y acuerdos y en desconocer y demeritar los formidables logros que se han alcanzado.

Esa larga tradición ha permitido acumular una cultura que ha impedido que el sistema político que se ha intentado imponer al país, al margen de la Constitución, hay podido alcanzar su propósito de arrasar con todo, a pesar de la evidente y masiva destrucción de la calidad de vida de los ciudadanos. El régimen ha debido enfrentar a una sociedad que ha sido formada en democracia: militantes de partidos políticos, de centros de estudiantes, de gremios profesionales, de asociaciones de vecinos que florecieron durante el periodo de libertades. Debió enfrentar a una sociedad y los individuos que comprenden la importancia de vivir en paz, que valoran la importancia de la diversidad y la pluralidad, sendero que hace posible aprovechar todo ese conocimiento social que se encuentra disperso. Se fue desarrollando así la cultura del debate, la confrontación de ideas, de la coexistencia pacífica, de los acuerdos y consensos, en definitiva, del diálogo.

En esa atmósfera cultural crecieron varias generaciones que hicieron suyos los principios de la democracia, las libertades y la modernidad y que han evitado y enfrentado aquellas políticas destinadas a limitar la democracia. Esos valores han operado como un muro de contención a las pretensiones hegemónicas de un modelo que hoy amenaza a países de Europa como España y Grecia. Como decía E.Krauze, las libertades y la democracia son como el aire que se respira, se constata su centralidad cuando comienzan a faltar.

Hay quienes atribuyen el cambio a las terribles condiciones económicas en las que hoy se encuentra sumido el país, al desempleo y la bochornosa corrupción. De este modo de condiciones se trastoca en agentes y además con autonomía. Si ello fuese así el gobierno de Cuba o el de Zimbabue no durarían un segundo más en el poder. La política hay que buscarla en la actividad humana promotora del cambio, en la articulación de los distintos esfuerzos que han hecho posible construir una nueva mayoría que ha permitido desplazar a los representantes del régimen.

Fue un esfuerzo sistemático y unitario para enfrentar a quienes se presentan como “bienhechores” y que han terminado siendo verdugos y tiranos, enemigos de los ciudadanos a los que dicen representar. Se muestran como representantes del cambio sin explicar el sentido que en él conciben y sin comprender que hay cambios, como el ocurrido en Venezuela, con una enorme capacidad de destrucción. Los enemigos de la libertad no descansan: tuits por doquier, vídeos a cada instante y una gran capacidad organizativa para minar la democracia. La comprensión de este hecho ha permitido entender la necesidad de fortalecer las instituciones y para evitar que ella sucumba hay que defenderla todos los días y en todos los espacios.

La aversión a la democracia se expresa de mil modos, cada vez más sutiles. La veracidad y la objetividad de la información, la creación de la “web de la verdad” para hacer frente a las mentiras de los periodistas, o la política en nombre de algo que no puede existir “la memoria histórica”: existen muchas memorias, las de los seres humanos y la de los ciudadanos: ellas son múltiples y diversas. No puede existir algo por encima y al margen de los individuos. La cultura democrática, por el contrario, exige la manifestación plural y el reconocimiento de la diversidad de opiniones, puntos de vista e interpretaciones de la realidad y de la historia.

La cultura democrática venezolana ha dado una nueva muestra de su fortaleza. Ha logrado la unión de los más diversos y disímiles puntos de vista para evitar la imposición del pensamiento único y del modelo totalitario de conducción del país. El esfuerzo sostenido ha hecho posible que la mayoría de los venezolanos expresara su voluntad de contar con un nuevo parlamento que permita recuperar su autonomía, su capacidad legislativa y contralora para dar respuesta a la situación deplorable en la que se encuentra el país. El resultado hace posible que la Constitución adquiera pleno sentido, pues cuando no hay separación de poderes ella se encuentra aletargada y es tan solo letra muerta.

Las imperfecciones que le conocíamos al periodo democrático hoy palidecen ante el monumental desastre, más propio de una devastadora guerra que de una gestión civilizada de un país. El país ha hecho suyo el principio de respeto a las reglas y las normas para la convivencia y la transformación pacífica de la realidad y la necesidad del debate y los acuerdos. Este reconocimiento es lo que ha hecho posible que los partidos políticos y la sociedad civil hayan aparcado las diferencias para salvar e imponer el contexto democrático en el que es posible el ejercicio del diálogo. Fue lo que hizo Chile para superar la dictadura y es lo que hoy hace la Unidad venezolana. Son ejemplos de preservación de la democracia de los que muchos países y partidos pueden extraer un valioso aprendizaje.

Se podría decir que se trata de cultura democrática para la exportación. Cuando está en riesgo el sistema de libertades, cuando se intenta “usurpar” en palabras de las autoras del estudio el gobierno y romper con las leyes y normas de coexistencia social y política, resulta imprescindible la unidad para acordar, para enfrentar las amenazas y salvar a la democracia de sus enemigos.

En España y en Grecia las amenazas no son pocas. Estrategias políticas de usurpación del poder y asumidas como populistas y hegemónicas, como ha sido diseñado por sus referentes teóricos, Gramsci y E. Laclau, con partidos y grupos que propician el rupturismo (el aldeanismo campando a sus anchas), corrupción en todos los partidos políticos que facilita el proceso de generalización y un esfuerzo económico y social que no termina de rendir todos los frutos esperados, crean una atmósfera que ha sido tergiversada con el fin de minar la democracia.

Para hacer frente a esas amenazas políticas, el antídoto desarrollado en Chile, Alemania y Venezuela es el de crear estructuras unitarias que permitan preservar las libertades y la democracia, para que el país pueda mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y fortalecer el Estado de Bienestar. Los otros modelos solo se ocupan de garantiza el bienestar a quienes están en el Estado.

La sociedad democrática venezolana enfrentó en cada terreno los esfuerzos por demoler las libertades. La primeras manifestaciones se hicieron cuando el gobierno mostraba su propósito, luego verbalizado, de convertir a la educación en un instrumento de ideologización. El famoso decreto 1011 dio pie para que la sociedad, y fundamentalmente las venezolanas, aparecieran en la escena política y desde ese instante el país democrático se enfrentó a cada una de las iniciativas destinadas a eliminar la propiedad, la libertad de expresión y pensamiento, en definitiva, a crear una sociedad cuartelaria en la que la crítica no tiene cabida.

Quienes se presentan como renovadores son expresión de lo más rancio de la vieja política, que recurren a un nuevo empaque para presentar los viejos conceptos. Hasta en eso son fariseos. Lo vivimos en Venezuela. Allí las élites políticas, empresariales y los medios de comunicación fueron seducidos y el resultado que hoy vemos es que los viejos problemas se han magnificado y potenciado a límites desconocidos. Las élites traicionaron a la democracia, se hicieron cómplices de su destrucción, como lo revela el excelente y profundo trabajo realizado por Luis Emilio Rondon y Carlos Raúl Hernández y que lleva por título la Democracia traicionada.

www.tomaspaez.com
@tomaspaez