familia andina

Son familias andinas que se separan a lo largo del mundo por la crisis económica. Del típico matriarcado solo va quedando la ausencia.

Los Alvarez en Trujillo, los Guerrero en Mérida y los Cárdenas en el Táchira tienen una cosa en común: su típico esquema de familia andina ha sido demolido por la crisis que vive el país.

Sociólogos concuerdan al afirmar que el modelo de familia andina era uno de los más consolidados en Venezuela. Gira, fundamentalmente, alrededor del matriarcado donde la madre ejerce la mayor influencia y donde esposos e hijos se mantienen con fuertes lazos de dependencia emocional a pesar de llegar a la edad adulta y con ella, a la independencia. Pero la crisis acabó con este modelo.

La familia andina se ha convertido en una diáspora por el mundo. Trujillanos, merideños y tachirenses han dejado atrás a sus familias para ir a buscar oportunidades en el exterior, las cuales son imposibles conseguir en su propio país.

“Ya no basta con ser profesional en Venezuela. No es posible ver a un docente universitario dependiendo de un sueldito, andando en buseta y sin otra opción que la de medio comer”, afirma Camila Ramos, una universitaria tachirense que pronto congelará su carrera para irse a Chile a labrarse otro destino.

El mundo de lo real, en esta Venezuela de conflictos y pobreza, ha hecho de aquella familia que nunca se separaba físicamente de la madre,  un recuerdo cada vez más lejano.

Sabor a tierra

Eduardo es el mayor de los hermanos Álvarez. En La Puerta, estado Trujillo, vivió los que llama, “los mejores años de su vida”, pero el ahora treintañero tiene ocho meses viviendo en los Estados Unidos.

Acudió a una escuela militar pero eso no fue exitoso. Estudió luego en una academia de formación de Chef y cocina internacional y con orgullo asegura que esta es su profesión a pesar de que nunca le gustó a sus padres.

Hoy, esos que discutieron mucho con él por sus decisiones, agradecen que se haya impuesto. Gracias a un amigo que le hizo el contacto,  trabaja en un restaurante de Atlanta, no como chef sino como cocinero.

“No es lo que quería, pero por lo menos estoy cerca de la cocina”.

Cuenta que otros amigos, muchos de ellos profesionales y que tuvieron buenos cargos gerenciales están hoy vendiendo periódicos o limpiando oficinas. Afirma que al principio su mamá lloró cuando se fue, pero hoy alaba la decisión y pronto, otra hermana, se sumará al éxodo Álvarez, pero ella se va a Ecuador.

Corriendo a Chile

Los padres Guerrero se van a Santiago. Ambos profesionales, en la mediana edad, tomaron la decisión de partir: “En Venezuela, tristemente no hay futuro a corto o mediano plazo.”

Maribel, educadora, la madre y Carlos, el padre, ingeniero, van gracias a sus amigos a trabajar en Chile “en cualquier cosa”. La realidad se impuso en una familia que fue, como lo ratifican, chavista en los primeros años de la autoproclamada “revolución” pero que hoy reconocen que esto no trajo nada bueno al país.

Provienen de Tovar, de un núcleo de familia andina tradicional que nunca ha dejado sola a la madre. Pero las circunstancias se imponen: esa misma madre y suegra, abuela de sus hijos, le dio su apoyo: “nos dio el último empujón al decirnos este diciembre, que no teníamos nada que hacer aquí” dice con tristeza Maribel.

Su hijo está pronto a graduarse de arquitecto y en junio se les unirá en Chile. La hija, recién casada, irá con su esposo a Ecuador. Los Guerrero, que nunca en su vida se han separado ahora vivirán en tres países distintos.

Carlos, agradece la existencia de video chat. “Por alguna vía nos comunicaremos y nos mantendremos unidos a pesar de la separación física. Mis hijos han sido criados en valores y eso me da confianza” afirma mientras reconoce que le quedarán muchas cosas por llevar en las maletas.

En dos semanas arrancan su nueva vida.

Al otro lado del Pacífico

La tachirense Ivanna está hoy en Chile, pero la mayor de las Cárdenas ya tiene su destino final: Nueva Zelanda. “Allí vive mi novio. Este diciembre fijamos matrimonio y en julio ya estaré viviendo al otro lado del Pacífico”.

A sus 28 años de vida nunca se había separado de su Mamá. Una abogada penalista que hizo un gran esfuerzo para ayudarla en la primera fase de su viaje al otro lado del mundo. Pero la crisis separó a esta familia andina.

Ivanna está ahorrando gracias a su trabajo de vendedora en Chile. Afirma que necesita reunir más de 5 mil dólares para “estar tranquila” hasta consolidarse laboral y personalmente en su país de destino.

Su hermana Gabriela ya tiene año y medio viviendo en Ecuador. Es una de las tantas jóvenes médicos venezolanas que tuvieron que irse del país ante el futuro incierto y los decepcionantes salarios en su profesión.

“Gabriela estuvo aquí en Venezuela durante dos años ahorrando para comprarse un carro. Nunca lo pudo hacer. La atracaron dos veces, la última en la emergencia del hospital en donde trabajaba, hasta que un día se cansó por todo y decidió tomar el riesgo. Hoy vive en Ecuador”.

Por ahora las menores de la familia Cárdenas están en el Táchira junto con la mamá. Sin embargo ellas también hablan de irse cuando la más pequeña se gradúe de bachiller.

Mientras, esta familia andina, tendrá a sus hijas Ivanna en  Nueva Zelanda, Gabriela en Ecuador, Camila y Francia en Venezuela.

La crisis no perdona a estas familias andinas. Separadas, fragmentadas en un mapa. Son parte de la nueva diáspora venezolana, aquella que, donde se encuentre, extraña el abrazo y una buena arepa rellena hecha por mamá.