En la columna de Leopoldo López Gil, publicada cada viernes en el diario El Nacional, esta semana hace incapié en la unión que debe permanecer dentro de la Mesa de la Unidad Democrática, para poder continuar por el camino que se abrió el pasado 6 de diciembre.

A continuación publicamos su artículo de opinión:

No hay tiempo que perder

no hay tiempo que perder

Es evidente que, a pesar del contundente triunfo electoral de la Mesa de la Unidad Democrática sobre el despreciado régimen, la intención, hasta ahora expresada por los halcones bolivarianos, es una clara voluntad de ignorar el mandato del soberano y, aun peor, la Constitución y leyes.

Si el régimen no es obligado a la obediencia de nuestras leyes, tendremos la gallarda situación de que, pese al entusiasmo demostrado el 6-D, el tirano y sus lacayos intentarán por todos los medios, desde los legales hasta los más viles, hacerse del patrimonio público y abusivos privilegios.

El compromiso adquirido por los recién electos diputados a nuestra Asamblea es realmente crítico. Han de enfrentar amenazas, insultos, vejaciones de aquellos representantes de la barbarie, de la fuerza. Enfrentarlos por encima de la razón y la tiranía con que actuarán aplastando la democracia. Los representantes del pueblo tendrán que sacar a relucir la valentía que llevan en su cuerpo y alma, pues no se trata de una representación sencilla de la voluntad del soberano.

La Asamblea será la voz del pueblo sufrido y cansado que aspira a retomar un rumbo para volvernos a la esperanza de un mejor futuro, la prosperidad que debía habernos dado los años de bonanza petrolera y que fueron dilapidados sin consideración por las penurias de los más débiles de nuestro pueblo.

Habrá que comenzar, de ello no cabe la menor duda, por asegurar la libertad para todos los presos políticos. Liberar a los valientes que se sacrificaron al manifestar su oposición y desacuerdo con la traición a la democracia que sufre nuestro país. Amnistía total para todos los perseguidos por razones políticas.

La liberación de estas personas no solo es un compromiso electoral, es una reivindicación por los años de opresión y abuso de un Poder Judicial subyugado y servil que ha castigado con estas prisiones no solo a los encerrados, sino a todo el país mediante la siembra del terror.

Lo que deben hacer ahora los defensores de la Constitución es sencillo, fácil de comprender y aceptar. Si miramos la estrategia y táctica que nos trajo este triunfo comprendemos que la mayor fuerza la encontramos en la unión, pero seamos bien conscientes de que la unión no puede quedarse en unos acuerdos para conformar listas de candidatos, sería imperdonable, la unión tiene que ser un conjunto blindado de principios, programas y organización.

Recuperar la fuerza sindical, la sabiduría de los académicos, el conocimiento de los técnicos y científicos para lograr un desarrollo armónico y justo para todos, desterrar al narcotráfico y sus oscuros lugartenientes. Reactivar las fibras de la decencia y amor patrio, defender nuestro territorio y patrimonio. La patria grande comenzará solo cuando hagamos grande nuestra patria, lo demás es un triste engaño populista.

Esta primera batalla ganada se logró por un trabajo incansable que engendró la mayor protesta popular de la historia comicial reciente, podría decirse que conformó un plebiscito solicitando un cambio de gobierno, ahora la solidaridad en la Asamblea debe llevar esa investidura como primera credencial para reclamar su autoridad ante un gobierno que produce hambre, inseguridad y representa una barbarie feroz que ha devorado la esperanza del futuro.

No hay tiempo que perder, si se dispersa la unión por mezquindades o ambiciones particulares, veremos un derrumbe rápido de los logros y el victorioso será precisamente el derrotado.

El tiempo está en contra, cada día que se deje de tener unidad, unidad y más unidad será uno más que alejará la posibilidad de corresponderle a nuestro esperanzado pueblo con el compromiso democrático.

Dijo Lenin: “La revolución no se hace, sino que se organiza”. Soportando esta máxima diría, la victoria no dura sin organización y sin compromiso.

Por: Leopoldo López Gil