Después de meses de prometer que la condena por corrupción no evitaría que contendiera para un tercer periodo como mandatario de Brasil, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva se entregó a la policía el sábado para comenzar a cumplir una sentencia de doce años de cárcel.

De acuerdo al NY Times, su encarcelamiento es un momento vergonzoso en la destacada carrera política de Da Silva, hijo de campesinos analfabetos que enfrentó a los dictadores militares de Brasil cuando era líder sindical y ayudó a construir un poderoso partido de izquierda que gobernó a su país durante más de trece años.

Su detención es un acontecimiento trascendental en la próxima elección brasileña, lo que genera caos en la contienda para remplazar al presidente Michel Temer en octubre.

Tras lograr una amplia ventaja en las encuestas, Da Silva le prometió a sus simpatizantes que el Partido de los Trabajadores volvería a tomar el control del destino de Brasil y así se podrían implementar políticas que disminuyan la marcada desigualdad en el país.

Habría sido un destacado regreso después de la destitución en 2016 de la sucesora que Lula eligió personalmente, Dilma Rousseff, quien fue remplazada por Michel Temer, un político de centroderecha ampliamente impopular que también está acusado en casos de corrupción.

Antes de entregarse a la policía federal, Da Silva, de 72 años, acusó a los fiscales y a los jueces de procesarlo por un caso sin fundamentos.

“No les perdono que hayan dado a la sociedad la idea de que soy un ladrón”, dijo Da Silva, en un tono áspero, a una multitud de simpatizantes reunida afuera de la sede del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos en São Paulo.

El proceso, Da Silva acusa, fue un esfuerzo para frustrar su visión de un país en el que más personas pobres logran inscribirse en universidades, salir de vacaciones y pueden comprar autos y viviendas.